Escribió Maria Rosa Pfeiffer

Esperar.
Esperar la lluvia.
Después esperar que deje de llover.
Esperar.
Dejarse ir en alas de hielo.
Laten las horas. Lastiman.
Vienen. Se van.
Esperar.
Vivir sin vivir.
Estar aquí. Pero no, no estar.
Esperar el amor.
Después esperar que no se vaya.
Una no sabe. O sí.
Cuelga lejano el gran amor.
¿Se aprende a esperar?
El secreto  sea tal vez  demorarse,
con las manos abiertas,
sentada sobre el corazón.







La Espera de Huaira Basaber

Espera acordonada, larga y estirada que se prolonga en la sombra de los espinillos.
Bordada en la luna llena y en el maullido de mi gata blanca, manchada. Llega ella, la espera dormida, a mi cama.
Es azúcar granulada en la garganta y acidez de almohadones apilados. Son los ojos abiertos de la noche que se mueve.
Espero.
Espero.
Espero.
Con una mano paseo por la redonda y espero que llegue el calor de la mano que espera. Espera distinto. La tuya y mía espera.
Dibujo con líneas apretadas un suelo para tus pies descalzos, raíces gruesas para que te escondas en el árbol y un tobogán, eso sí, un tobogán de líneas que se sueltan.
Con papeles pegoteo tus tardanzas y tus amigos nuevos.
Se cruza tu espera de postales, el colectivo en la esquina, con mis mañanas de pastos y heladas.
La Espera tiene habitantes espereños, densidad y geografía.
Está escrita en los pavos reales de papel carmesí que alimentan pesadillas.
Es oscura y transparente, liviana y dolorosa.
No llega, se demora, para que las dibujes con tus manos.
Es chimenea de abuelos que dan vueltas alrededor de mi silla, de tías que gritan, se ríen o miran con panza, de amigos que brindan para que la espera no sea tan larga.
Solos o abrazados esperamos un beso largo, el pan casero en la vereda, la vecina viniendo de la feria, los chicos llegando de la fiesta, el amante retrasado, el chocolate con almendra. Espero. Esperamos. Que el río no crezca tanto y que las garzas me visiten todos los sábados. Que me puedas escuchar cuando agite tu llegada. Que nos puedas mirar a los ojos, descubrirte, descubrirnos. Que puedas oler el barro de su  boca. Como los horneros ha esperado haciendo tu casa y tu ventana.
Espera.
Con el sol tibio del otoño y la humedad de la tierra que no se seca. Con los perros ladrando y haciendo ecos en el tejido. Con sus recetas amontonadas y alquimias anotadas. Con su mano ancha en mi espalda.
Ella en la mesa familiar, dilatada por el tiempo, heredada, martillada y transpirada, dibuja las esperas esperadas de los espereños. Nos dibuja sobre postales esperando. Y si paseamos por ahí, tendremos sombreros y brazos cruzados. Estaremos dentro para estar afuera.
Espero escribiendo. Espero para esperar con ella mi espera acordonada.







Escribió Maricel Cherry

La espera es un estado de dependencia del espíritu. Cautiva del olvido y del recuerdo, sometida por naturaleza a la suspensión temporaria, sumisa esclava de lo porvenir.
Pobrecita espera vacía de sí misma, sólo encuentra identidad en lo que está por fuera de ella, como el agujero de sus bordes.
Hay que rebelarla! Libertarios del mundo, hay que combatir la tiranía de cada promesa y de cada profecía. Hay que atrincherarse en los antesalas de los médicos, en las estaciones de ómnibus, en las colas de los cajeros, en los relojes de los ansiosos enamorados! Exorcisar la música funcional de los teléfonos,  conmover las garitas y los andenes, los tapetes verdes de los solitarios, las agujas de los tejidos! Hay que denunciar los ojos expectantes de las madres,  los ojos homicidas de los cazadores, los ojos vigilantes de los abandonados.
Una espera sin Godots y sin cadáver del enemigo, sin Ulises, sin Rivotril, sin desespera.




La espera…de Fernando Calero

Una superficie herida con trazos, a impulsos de una sensación más o menos llevadera
Una espera puede ser sencilla o ardua. Si se cruza con el ocio se recrea en formas placenteras, distintas a las que alienta
la desesperación.
Se puede colmar un vacío tenso con formas relajadas. Es un noble trabajo para controlar la verdad de un duelo secreto
que nos perturba y una no muy honesta pero buena estrategia cuando se quiere simular o inocular templanza en un
mensaje para algún otro demasiado esperado
La espera es un mensaje que se escribe primero en la cara del que espera, el impulso puede derivar a la mano y
entonces ella buscará entre el desorden de una mesa trasnochada una cara nueva, de papel, de cartón, un mantel, las
postales gratis de un bar del centro, y una herramienta para rayar esa memoria con bocetos de signos íntimos
Esperar también es un lugar donde uno puede encontrar refugio frente a algún deber
La espera es una forma de soledad tensa, la matriz primitiva de un drama, porque presupone a dos actores y entre ellos
todos los vectores de experiencia que se puedan cruzar
Un reloj, o más precisamente su martillo acrecentado por la noche, es un signo preciso de esperar, pero no espera
El zumbido del motor de una heladera
Los pasos que no se detienen frente a la puerta.




Escribió Gabriel Cimaomo

Grafismos, dibujos con fibrones sobre imágenes impresas, intervenciones más o menos aleatorias en postales o tarjetas, formas que transforman y al hacerlo reflejan signos, huellas de la espera.
Esperando… Como gerundio que es da cuenta de una acción que irónicamente pareciera reñir con el sentido que cobra en el contexto de la producción de Raquel Minetti: hacer una pausa hasta que suceda algo. Acepción que a ningún humano que se precie de tal le resulta ajena. Esta particular conjugación del verbo no está definida por el tiempo, el modo, el número ni la persona. Siendo una de las formas no personales del verbo podríamos decir que el gerundio, en general y éste en particular, nos iguala. Nos subsume en un estado transitorio de anonimato, de despersonalización. Sujetos a la espera somos uno más en la cola, uno más en la sala, hasta que, con suerte, nos llaman por nuestro nombre.
La paradoja se agudiza cuando hablamos de un tiempo de espera, porque como bien sabemos los mortales, el tiempo no espera a nadie y es mucho más tirano en la realidad -en el presente efímero e inasible de lo cotidiano- que en la televisión.
Y si bien es cierto que nos enseñaron que debíamos evitar las malas compañías, no lo es menos que en ocasiones no se eligen. Para la espera la ansiedad es quizá la más inoportuna de todas, porque si bien del dicho al hecho hay un largo trecho, su presencia altera para peor la percepción del tiempo que transcurre lento y torna realidad la temida sentencia del castizo refrán “el que espera desespera”. Claro que la desesperación también requiere un tiempo de gestación. Tiempo que comienza haciéndonos experimentar un pequeño esfuerzo por sostener el autocontrol, continúa con una más o menos leve sensación de irritación, prosigue con la duda que nos asalta también con intensidad variable para culminar, como corolario, con la última fase del infeliz proceso, la mismísima desesperación.
Y si bien coincido con Bacon en que la ocasión hay que crearla y no esperar a que llegue, no considero atinente aplicar la concepción empírica del filósofo británico cuando eso que esperamos es de carne y hueso y no depende de nuestros desvelos sino, más bien, es causa de ellos. En tales casos, nuestra experiencia, filtrada fundamentalmente por la sangre latina, nos demuestra que nuestra razón y nuestra voluntad se obnubilan no sólo porque entran en juego las del otro sino porque es otra la lógica a la que obedecen. En tal sentido, como bien expresara Pascal, “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Con el francés se inicia una línea del pensamiento –continuada con Kierkegaard, Kafka y Wittgenstein- conocida como la filosofía del descentramiento, que rechaza con fervor la omnipotencia antropocéntrica y considera que la humanidad siempre será infeliz por ser inevitablemente dependiente.
Tras la decepción del proyecto progresista de la modernidad, asumimos -aún a duras penas- que hay males que no se curan. Y siendo lo que hay, qué más remedio que no esperarlo, ya que como bien escribiera Don Diego de Saavedra Fajardo, “El no esperar remedio, ni desesperar de él, suele ser el remedio de los casos desesperados”.
Así las cosas, parece necesaria la aceptación de los límites de nuestra humana condición y el estado de espera ha dado debida cuenta de formar parte de ella. Cuando este estado nos atrapa, distraerse haciendo otra cosa no es más que un placebo para mitigar el vértigo que nos provoca el vacío, un paliativo con el que emparchamos provisoriamente la oquedad de la falta.
“Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.” El propio Nietzsche, debió soportar la espera para encontrar esta verdad. Subyacentes al atiborramiento de nuestra agenda el temor a perder, a sufrir, a morir son citas ineludibles que reverberan cual sordos ecos recordatorios desde lo más hondo de nuestro ser.
Sin embargo y mientras tanto, resignar una parte no implica ni mucho menos dejarlo todo. Soltar amarras es imperativo para continuar nuestro viaje. Pretender ignorar este hecho a fuerza de evasiones puede llevarnos a extraviar nuestro norte. En este punto me consuela leer a Cervantes: “El retirarse no es huir, ni el esperar es cordura cuando el peligro sobrepuja a la esperanza”.
Y porque bastante tenemos para lidiar con nuestros propios demonios, sería cuanto menos prudente que los hijos de la cultura occidental y cristiana evitemos enterrar nuestros talentos y procuremos multiplicarlos de modo de librarnos de las llamas del fuego eterno. Es que, como sea, y parafraseando a André Giroux, no hay peor infierno que esperar sin esperanza.
Para sobrellevar la espera no existen protocolos estandarizados, recetas infalibles, ni fórmulas mágicas. La exploración exhaustiva de uno mismo es el único medio que conozco para elaborar un procedimiento personalizado tendiente a aliviar este mal que aqueja desde siempre a la humanidad pero que brotó con una virulencia inusitada en la actualidad, atacando las defensas de los tiempos personales. En mi caso el camino emprendido tiene como referencia tres mojones. Asumirme complejo, esto es, ansioso y paciente, contradictorio y coherente, uno y múltiple a la vez. Reconciliarme con la incertidumbre, en tanto entendí -gracias a Morin- que en los tiempos que corren debemos “aprender a navegar en un océano de incertidumbres entre archipiélagos de certezas”. Y finalmente, aquel que representa no la piedra filosofal pero si, hasta el momento, la que me carga de energía positiva al proponerme creer y crear. Es decir, a apostar a las propias capacidades, esas que todos y cada uno tenemos y a re-crearnos en la propia obra. 
El desafío, según lo veo, pasa por resemantizar el tiempo ineludible de la espera de modo que redunde en un acto creativo que coadyuve a reavivar el deseo y emprender nuevas búsquedas mientras tengamos tiempo. Ya que –retomando a Francis Bacon- “El que no aplique nuevos remedios debe esperar nuevos males, porque el tiempo es el máximo innovador.”




Escribió Abel Monasterolo

Para poder reproducirse, las rinocerontes hembras tienen que esperar cinco años, y los rinocerontes machos ocho años. Raquel también se angustia con la espera, pero ha logrado canalizarla interviniendo tarjetas postales, cuestión que ha ido creciendo hasta transformarse en la obsesión de la artista; tal es el extremo que ha alcanzado, que en una oportunidad le escuché murmurar lo siguiente:...yo se que tú eres de otro y a pesar de eso espero, y espero sonriente porque yo se que un día, tú tendrás que ser mía.





Y como dijera el genial poeta y dramaturgo del siglo de oro español, “Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar”. Más pertinente que nunca y para nada anacrónica la aseveración de Calderón de la Barca, suena hoy –desafortunadamente- un tanto utópica. La urgencia y el exitismo dejan poco espacio para esperar. Posiblemente sea éste uno de los motivos por los cuales, cuando contemplo la obra de Minetti -en el más amplio sentido del término- percibo el cuño de una artista pero, fundamentalmente, de una maestra que sigue aprendiendo y enseñando a creer en uno mismo, a crear y recrearse en su vocación y muy especialmente, como sucede a quienes cuentan en su haber con cantidad de búsquedas, bocetos y borradores, el arte de saber esperar.